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Te casaste
Las palabras fueron dichas como para que ella no las escuchara, como para
que ella no se vea obligada a responder. Y Raquel se queda en silencio.
Quisiera tener una respuesta, pero, no, no la tiene. Solo la respiración de él
golpeándole en la distancia. Paco está donde siempre a orillas de un freeway haciendo
tiempo para conversar con ella como si la vida le fuera en eso:
—No me esperaste, te casaste, no confiaste en mí —le repite.
—No siempre hay respuestas para todo —piensa ella. Y permanece en silencio
tratando de respirar al compás de él para que nada perturbe la sensación que
los embarga. Tratando de imaginar su piel bajo los dedos del hombre.
I
A Paco ya se le olvidó que ella lo estuvo esperando por dos años y medio
mientras que él terminaba su carrera. Que lo esperó a pesar de la adversidad, a
pesar de cada obstáculo. Y sí, hubo un reencuentro en La Habana, pero también
una despedida.
Como desequilibrados los cuerpos volvieron a juntarse y los besos y las
almas. Pero, la Cuba de Fidel no era la que él quería para vivir juntos, en
familia; y cuando llegó a Perú tampoco le pareció bien su país para asentarse
con ellos, de ahí que decidiera irse a los Estados Unidos. El plan era
reencontrarse en menos de cinco años. Iluso. Volvieron a verse solo después de
treinta. Y ella corrió a sus brazos pasando por encima de todo. Entonces,
comenzaron a pesar las decisiones, las responsabilidades y la pobreza.
—Yo me conformo con verte una vez a la semana.
—¡Tienes que estar loco! —le respondió ella.
Y se fue. Lo abandonó como se abandonan los sueños, la necesidad y el
hambre: con dolor.
II
Él se quedó a la espera de que en el último minuto ella deshiciera la
palabra de la noche anterior y que se quedara con él. Pero Raquel pasó la
madrugada recogiendo su ropa. Al amanecer hizo café y ya cuando él despertó fue
solo poner los bultos en el automóvil.
No hubo una voz más alta que la otra, no hubo un solo reclamo. Solo un
abrazo y el silencio que los acompañó mientras duró la despedida.
Paco se dijo que no podía obligarla a quedarse, aquella era su decisión y
él tenía que asumirla tal cual. Estaba en medio de la peor encrucijada de su
vida. Faltarle a ella, era faltar a su palabra y a los recuerdos, a la vida que
juntos planearon y que nuevamente estaba trunca. Aceptar su partida era abrir
un abismo entre ambos y dejarse convencer por la idea absurda de que ella
estaría siempre para él y él para ella. Insistir significaba romper del todo
con su vida anterior y no estaba seguro de que fuera eso exactamente lo que
quería hacer. Tal vez precipitaba sus decisiones y sus juicios. Tal vez nunca
debió buscarla de nuevo. Tal vez nunca debió darse el lujo de volverla a perder.
Tiene a Raquel a su lado. Ella mira fijo la carretera y no le ha dirigido
la palabra en todo el trayecto. Por un instante quisiera besarla y regresar. Es
solo por un instante. Cuando él la deje instalada volverá al apartamento que
compartieron juntos y recogerá una a una sus pertenecías. Llamará a Norma, la
esposa, y le anunciará su retorno.
III
A Raquel le tocó levantar la cabeza, hacerse la fuerte y actuar como si
toda ella no estuviese asistiendo a la peor de las inclemencias vividas. Era el
fin de una era, de un sueño. Era el tomar conciencia de que por enésima vez en
su existencia pisaba un terreno resbaladizo que podría terminar con ella al
menor desliz. La libertad tiene un precio y ella estaba consciente de ello.
Vivir bajo los supuestos del amor en una actitud tolerante no era su fuerte. El
amor ha de darse en libertad, sin ataduras. Sin miedo a dar el primer paso, sin
miedo a las consecuencias. Y Paco estaba ofreciéndole algo que no era amor. El
amor no es resignación. Ni obligación ni prejuicio. El amor no es eso. No podía
ser eso.
IV
—¿Y él no va a venir a buscarte? —pregunta la amiga.
—No, no creo que regrese nunca.
—¿Estás segura?
—Sí …
—Pero tú estabas decidida a irte con él —le insiste.
Y Raquel se queda abrumada ante la afirmación. Han transcurrido seis meses
desde que Francisco estuviera en Cuba y a ella le parece que el tiempo no
avanza. Es enero de mil ochocientos
ochenta y nueve y la vida se le escapa entre el trabajo y la atención a los
hijos. Procura no escuchar al padre que no desaprovecha ninguna oportunidad
para molestarla con sus continuos insultos. ¿Será que no pudo tocarle un abuelo
amoroso para sus hijitos? Su amiga tiene una beba de la misma edad que el
mayorcito de ella y a Raquel hasta le da un poco de envidia cuando ve la
diferencia en el trato que los padres le brindan y el que ella recibe del suyo.
En realidad, no hay nada de qué extrañarse. Cuando mira hacia atrás no consigue
ni un solo recuerdo grato de su niñez. Es más, a veces en medio de una risa
nerviosa afirma:
—No tuve infancia…
Ni un mimo ni una caricia. Nada que se aproxime a una frase de cariño. Hubo
mucho maltrato para con ella y para con sus hermanos de parte del padre. La
madre era una mujer sumisa que pasaba asustada todo el tiempo procurando que
nadie le hiciera bulla si él estaba descansando. El primer plato de comida para
él. La mejor comida para él. Por eso, Raquel se dijo que tenía que estudiar
para ser independiente y no depender de nadie en la vida. No quería en su
existencia a otro abusador. Cuando conoció a Francisco reconoció en él al amor
por su ternura y bondad. Conversaron largo sobre lo que querían para los hijos
y lo que aspiraban obtener del uno y del otro. Ella sabía que afuera del mundo
que ella conocía como “normal” había un universo donde la sensibilidad, el
cariño y la comprensión era la base de todo. Y eso intentó construir junto al
hombre. Un hogar, con horas y noches de desvelo compartidas. Con horas y noches
de responsabilidad entre ambos. Por eso se ha quedado pensativa, imaginando lo
que pudo ser y que ya está convencida de que jamás se hará realidad porque
Francisco no ha vuelto a responderle. Ni siquiera se le ocurre pensar que no
haya recibido su carta. Lo imagina ofuscado, pero ya era hora de que le hubiera
respondido.
A ella la decisión de abandonar la casa paterna le pesa porque va a
representar el fin. Necesita continuar adelante con su vida. Y no podrá hacerlo
sola. Le guste o no tiene que reconocer que el concepto de independencia es una
utopía del tamaño del Himalaya y en particular en un país donde la pobreza es
del color de un cutis viejo jugando a las prostitutas. Por otra parte, está
ella misma. El ser humano que se esconde detrás de su supuesta fortaleza y que
se dice cada día que necesita rehacer su vida, enrumbarse hacia una decisión
que le haga más llevadera los días y las noches y que le permita suponer que el
amor existe en algún lugar, en alguna parte. Y que quizás se confundió y
aquello por lo que ha derramado tantas lágrimas no sea más que un error. Una
triste alucinación, ahora descubierta.
V
Francisco no la juzga, él quisiera poder juzgarla, pero no puede. Se cree
responsable del daño causado. Por el hambre, por la miseria vivida, por la
falta de oportunidades. Y más que todo por la ausencia de amor. Aunque Raquel
insista en que fue la vida quien jugó a esconderles la felicidad y ganó, él se
considera responsable por cada sufrimiento de ella, por cada carencia
espiritual o material. No importa el
género ni el color, él se juzga responsable. Le es difícil explicar ese
sentimiento que lo ha agobiado por años, que lo ha martirizado siempre. Su
existencia pareciera que ha sido perfecta, pero, no, no es así. Cada día, cada
hora el recuerdo de Raquel ha estado ahí para cuestionarlo cuando acariciaba,
cuando besaba otra boca, cuando intentaba dejarse amar, cuando quiso entregarse
y dar lo mejor de él. Por eso se siente mezquino. Por eso, ahora no es mejor ni
peor que antes de tenerla de nuevo. Ahora es el infierno.
Raquel se le presenta a veces tierna, a veces exigente. Desbocada a veces.
Reclamándole lo que ya no puede darle porque de tanto dar él se quedó sin nada
y eso jamás podrá entreverlo ella. Le duele hondo que se haya casado, que haya
tenido otros hombres. Que no haya sido él quien la poseyera en las noches de
calor y de humedad cubanas. Le duele y
no tiene el remedio para ese mal. Norma tiene razón cuando lo mira ensimismado
en sus pensamientos y le demanda. Tiene razón: él está pensando en Raquel y sus
noches de orgasmo en brazos de otro. Y no quisiera haber vivido así ni ahora ni
nunca.
Dicen que la resignación llega un día cualquiera cuando menos se espera. Y
tal vez este sea el tiempo para resignarse e intentar vivir. Sin embargo, y con
la obstinación de los amantes, se descubre diciéndole una vez más:
—No me esperaste, no confiaste en mí..., te casaste.
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