Antonio
Por Lázara Ávila Fernández Después de un amor tempestuoso, talvez el mejor hasta hoy, me fui a vivir con Wilfredo, uno de los seres más repulsivos de la Tierra. Cuando nos dejamos conocí a Antonio. É l pasaba mucho rato, en el zaguán del vecino y desde allí me contemplaba. Sus ojos saltones de sapo no me perdían ni pie ni pisada. Tenía la piel muy curtida por el sol y casi nunca iba bien vestido. Un día se me acercó y me trajo un regalo raro. Me dijo que lo había encontrado en un charco cercano, poco profundo al que acostumbraba a ir muy seguido. Yo no quería aceptarlo, pero, sus ojos me dominaron y como una estúpida de pronto me vi dando las gracias. Aquello fue suficiente para que esa misma noche se metiera en mi cama. Creo que fue el destino que nunca ha sido muy misericordioso conmigo. Afuera las ranas croaban haciendo una algarabía inusitada. Dije algo al respecto y el solo se limitó a contestar: —No le hagas caso. Como a la semana ya había recorrido con él