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"Llorar no cuesta" y "La trampa", dos novelas cubanas

Sinopsis: " Llorar no cuesta " es una novela cubana que narra con crudeza la historia de un hombre y de dos mujeres que obligados por las circunstancias se despojan de la piel para asirse a lo imposible. Sexo, sincretismo, prostitución, violencia, desesperanza en la Cuba de los primeros años de la década del 90 tras la caída del Socialismo en Europa y durante la antesala de la Crisis de los balseros de 1994, cuando miles de cubanos se lanzaron al mar para escapar de la asfixiante situación en la que estaban atrapados. La historia transcurre en Cuba, en el pueblo de Candelaria, aunque pudo desarrollarse en cualquier otro municipio cubano. Es un texto desgarrador que recrea una triste y compleja realidad histórica. La corrupción, la ilegalidad en la que vive el cubano, la doble moral, el sufrimiento y la marginalidad constituyen el hilo conductor de esta obra que al decir de la autora es “una novela agria escrita en tonos grises”. Sobre "Llorar

La nueva normalidad en tiempo de covid 19, sin plan B


Normalidad es una de las palabras más utilizadas, además de coronavirus, covid 19, vacuna, síntomas, fallecidos, y muchas otras asociadas a la actual pandemia que tiene en vilo a la humanidad con millones de contagiados y más de 639 mil de víctimas fatales hasta el momento en que escribo estas líneas.
Es además una de las palabras que expresa el anhelo de regresar a lo que éramos antes de covid.

¿Pero qué significa esta palabra? Según el Diccionario de la lengua española, normalidad es la “cualidad o condición de normal”; así sin mucho más.

Los humanos somos entes eminentemente sociales, es decir necesitamos mantenernos en contacto, socializar, abrazarnos los unos a los otros.  Nos hemos construido, desde siempre, consciente o inconscientemente, ese supuesto de “normalidad” y todo lo que no se aproxime a ese concepto es lo opuesto. Por lo que lo que ahora estamos experimentando y viviendo, no puede ser considerado normal. ¿O sí?

Como parte de la sociedad moderna en la que vivimos se considera normal parir hijos, y como es lógico educar a los hijos; y trabajar para mantenerlos. En esencia ese es el orden establecido. No importa si eres pobre o de clase media, o si eres rico. Porque hasta los ricos mandan sus hijos a la escuela, aunque no sea a la pública.

Si eres una pareja afortunada, ambos tendrán trabajo y en caso de que tengan hijos estos, irán a la escuela.  El mundo está concebido de manera tal que mientras mamá y papá trabajan, los nenes están en la escuela o en la guardería. Un formato también valido para la madre o padre soltero que trabaja.

Entretanto, el nuevo coronavirus sigue allá afuera enviándonos mensajes virulentos que se traducen cada día en más muertes y contagios, pero nosotros no le hacemos mucho caso y salvo que sea obligatorio el confinarse nos empecinamos en continuar con nuestras rutinas laborales o bien porque estamos demasiado aguijoneados por las deudas y obligaciones contraídas como parte de la vida moderna o porque simplemente no queremos escuchar a los científicos ni preocuparnos por lo que dicen las cifras.

Una mirada a este escenario evidencia igualmente que, en general, aunque se adoptaron  ciertas medidas, no hemos sido buenos estrategas para contener la propagación del covid 19. Acciones de contención tan simples como el uso de nasobucos aún se ponen en evidencia, incluso por líderes nacionales o han llegado demasiado tarde.

Y por otra parte están nuestros supuestos de normalidad que incluyen el hacer dinero para cubrir nuestras necesidades más elementales y no elementales. No concebimos la normalidad de otra manera y los acreedores tampoco.

El virus ha apretado la tuerca a su máxima expresión y la normalidad esa cualidad o condición de normal de la que habla el diccionario será resignarse a que las muertes por coronavirus se sitúen a la cabeza de todas las causas de muerte hasta ahora conocidas, mientras que no aparezca una vacuna o un antiviral eficaz.

Y como parte de ese proceso de resignación no podemos quedarnos en casa y los niños irán en unos días a las escuelas. Habrá excepciones, pero la mayoría acatará el orden porque forma parte del supuesto de normalidad construido por los humanos, sin plan B.

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