Sinopsis: " Llorar no cuesta " es una novela cubana que narra con crudeza la historia de un hombre y de dos mujeres que obligados por las circunstancias se despojan de la piel para asirse a lo imposible. Sexo, sincretismo, prostitución, violencia, desesperanza en la Cuba de los primeros años de la década del 90 tras la caída del Socialismo en Europa y durante la antesala de la Crisis de los balseros de 1994, cuando miles de cubanos se lanzaron al mar para escapar de la asfixiante situación en la que estaban atrapados. La historia transcurre en Cuba, en el pueblo de Candelaria, aunque pudo desarrollarse en cualquier otro municipio cubano. Es un texto desgarrador que recrea una triste y compleja realidad histórica. La corrupción, la ilegalidad en la que vive el cubano, la doble moral, el sufrimiento y la marginalidad constituyen el hilo conductor de esta obra que al decir de la autora es “una novela agria escrita en tonos grises”. Sobre "Llorar
Escenarios de inmigrantes, en dos novelas: "La trampa" y "Llorar no cuesta", de la autora cubana Lázara Ávila Fernández
La trampa, una novela cubana Los lectores cero de esta novela han dicho:
-Has escrito una novela desgarradora, me ha hecho llorar y confieso que no lloro con mucha facilidad. "La trampa" es una novela maravillosa, que todos deberían leer. Te felicito. -Clara Avila
-La Trampa es una novela de dolor y sentimientos. Trae a lomo descubierto historias que muchos vivimos y por eso el nudo en la garganta. -Ale Marrero.
Sinopsis:
David llegó a los Estados Unidos siendo un niño, y nunca ha regresado a Cuba, su país de origen. Sin embargo, tras la muerte de su padre y la aparición de unas cartas que hablan acerca de su pasado y de la madre que nunca conoció decide visitar la isla. En Cuba es inevitable que conozca a Fernanda, la nieta de Reutelio María, con quien comparte un pasado en común. David no puede evitar el enamorarse de la mujer por lo que llegado el momento le propone que se vaya con él a Estados Unidos. Fernanda vacila porque está muy apegada a los recuerdos, pero ante un cambio de circunstancias acepta la propuesta. La travesía será por tierra, tomando como trampolín a Ecuador, solo que ninguno de los dos sopesa a cabalidad los peligros a los que se enfrentarán por lo que caen en la trampa que les depara el destino. La trampa es una saga histórica en la que algunos de los descendientes de las familias protagonistas de la novela cubana LLORAR NO CUESTA, aparecen para dar continuidad al acercamiento que hace la autora a la realidad cubana contemporánea y al tema de la migración. Y aunque uno y otro texto guardan relación, ambos, pueden leerse de forma independiente, no es necesario leer el primero para entender el segundo y viceversa. Cada texto tiene voz propia.
TEMA: INMIGRANTES, MIGRACIÓN ILEGAL, CUBANOS, TRATA DE PERSONAS, MIGRACIÓN DE CUBANOS POR TIERRA.
Sobre la autora:
Lázara Ávila Fernández, (Pinar del Río, Cuba) es filóloga y editora. Mujer inquieta y apasionada por las letras, el mundo de la radio y los espectáculos artísticos. Hijos y nietos son su mayor orgullo. Disfruta mucho el cuento corto y la ciencia ficción.
Ha publicado los libros de poesía "Te escribo" (2017), "Cinco poemas de amor" (2015), "Te amé" (2016), "Alguien" (2016), "Lluvia amarga sobre tulipanes" (2017) y "Ella" (2019).
Los libros de relatos cortos "El Regreso" (2017) y "Hashtag Cuentos" (2019).
Los libros infantiles: "La calabacita que quería ser princesa"(2017), "Las aventuras de Juancito: O el niño que vino de Marte" (2018) y "Mariano, Tinito y Campeón" (2019).
Autora de las novelas: "Llorar no cuesta" (2015), "Condenados" (2017) y "La Trampa" (2019).
Al segundo día de estar en el mar, absolutamente a la deriva, hubo un mal
tiempo que los obligó a sacar agua hasta con las manos. La lluvia y el viento
amenazaban con hundir la embarcación. Las olas comenzaron a barrer todo a su
paso. Al principio las mujeres gritaban y se agarraban unas a las otras con fuerza,
pero después tuvieron que sobreponerse al pánico y ayudar a los hombres.
Un golpe de ola sacó a Lázaro quien se había pegado mucho a la proa
tratando de salvar unas provisiones. En menos de un segundo el mar se lo tragó
sin dejar rastro y sin que nadie pudiera auxiliarle.
Mujeres y hombres se quedaron en silencio, empapados en agua y con el temor
reflejado en los rostros, atónitos en medio del desastre. Cualquiera de ellos
podía ser la siguiente víctima. A unas brazas del bote creen ver un cuerpo. Es
un segundo, ya después solo es el mar y las olas que continúan altas.
Cuando el mar se calmó cada uno de ellos se refugió en su mundo interior
tratando de comprender lo que había sucedido. Habían perdido a un hombre. Y se
habían quedado sin nada de provisiones. No tenían la menor idea de qué tanto
los había alejado la tormenta de su ruta.
No tenían la menor idea de las estadísticas: uno de cada cuatro cubanos
morirá en el intento de abandonar la Isla por mar. Uno de cada cuatro sin
importar el sexo, la edad o el color de la piel.
Sin agua nadie sobrevive. A ninguno se le ocurrió amarrar al menos una
vasija con el líquido potable a la embarcación. Noventa millas es la distancia
más corta que separa a Cuba de Cayo Hueso. Una distancia que es posible recorrer
hasta en una piragua si se quisiera. Desde donde ellos salieron es solo un poco
más.
Pensaron que sería embarcarse y llegar. Por primera vez sienten miedo. Un
terror que les pone la carne de gallina. Mantenerse con vida es ahora el
principal objetivo. Y para ello necesitan estar unidos.
Han transcurrido veinticuatro horas desde que la tormenta los dejara sin
provisiones ni líquidos. Desde que Lázaro fuera tragado por el mar. Durante ese
tiempo los hombres: Andresito, Remigio y Miguel Ropa Vieja han hecho hasta lo
imposible para reparar el motor. Se sienten agotados, con sueño y sed. El aire
es húmedo y denso. Arriba el sol calienta fuerte.
Tienen una discusión por un poco de agua que en medio de la tormenta Cacha
logró proteger. Ninguno de los hombres está en sus cabales y los tres viajan
armados. Miguel porta una navaja, Remigio y Andresito un cuchillo. Se insultan,
se van a las manos…
Solo se calman cuando se dan cuenta de que Miguel Ropavieja ha sido herido
y está perdiendo sangre. No saben qué hacer.
Cacha le hace un torniquete a mitad del antebrazo con un pedazo de blusa
que Teresa le alcanza. La sangre al fin se contiene.
Al siguiente día Teresa desde que amaneció –entre vómito y vómito– le pide
a la virgen de Regla, a Yemayá que los proteja, que no los abandone a su
suerte.
Ceferina muestra síntomas de deshidratación y quemaduras en los labios.
Cacha está sentada de modo que su sombra le proteja la cara a su maíta. Pero el
sol es inclemente. Por suerte, parece que va a llover; un poco de agua dulce
les vendrá bien a todos. Miguel Ropa Vieja lleva la herida destapada. Un pedazo
de piel deja ver el corte profundo y abierto. Le duele la cabeza y a ratos
tiembla.
El sopor le permite a Miguel Ropavieja recordarlo todo: ha ido conociendo a
Cacha, ya sabe dónde vive, está al tanto de sus horarios. Y por alguna razón
que no alcanza a comprender la mujer lo trae loco.
La vigila. La ha visto con Reutelio María. El viejo le da dinero. Y ella ya
no está dando viajes a La Habana y le devolvió los veinte “verdes” a Martín. El
propio Reutelio la llevó a casa del hombre para que saldara la deuda y le hizo
prometer que no lo haría más.
Cada vez que Miguel se acuerda de que se está acostando con el otro le
reclama para que lo deje, pero ella siempre le da la misma respuesta:
–No quiero ir presa, Miguel, no quiero.
–Mil gente va y no les pasa na', y tú tienes pa' eso –le replica él –.
Cuando te conocí tú estabas yendo.
–Cuando me conociste era tan terrible como ahora Miguel, ¿o será que no lo
entiendes...?
–Y si de repente mi suerte cambia, ¿lo dejas? Coño, Cacha, ¿si mi suerte
cambia lo dejas?
–Que no es tan sencillo, créeme que yo quisiera dejar esta vida, yo
quisiera, pero no puedo –le dice, mientras se pega al pecho del hombre. Se
refugia en él.
Están debajo de unas cañas bravas a orillas del río, que hace una suerte de
herradura antes de llegar a la presa del pueblo. Los dos desnudos,
acariciándose. Lo único que se escucha es el trino
de los pajaritos. El río está tranquilo y corre cuesta abajo con un andar
pausado como para no molestar a los amantes. Hay una brisa suave que los besa a
ambos, que les despierta los sentidos, que hace que las lenguas se busquen y
que el sexo del hombre la penetre con suavidad. Ella se abre, lo recibe sin
reparos como lluvia de verano. En un torrente de orgasmos. Más su mente
permanece alerta, acostumbrada a estar a defensiva.
–No vayas más por la casa. No quiero que Reutelio se dé cuenta. Va a llegar
un día y nos va a encontrar juntos y yo tengo una hija que alimentar. Y tampoco
quiero que vaya a haber un muerto de por medio que en Cuba la gente no se faja
a los piñazos sino con machete... y tú lo sabes.
Miguel Ropavieja está desempleado; se defiende con lo poco que gana de la
pesquería. Amanece en la presa y regresa tarde. La mayoría de las veces a pie.
Tiene una bicicleta, pero casi siempre está en llantas. Su madre espera hasta
que él llegue para comer algún bocado que él mismo cocina. Caldo de cabeza de
pescado. Hueva de pescado. Pescado con sal. Tiene que andar ligero para que la
madre coma porque a veces se le queda dormida y al otro día cuando amanece no
se sostiene en el balance porque, aunque todavía es una mujer joven está muy
enferma. Desde que perdiera al esposo en un accidente de tránsito, cuando
Miguel tenía ocho años, ella se tiró a morir y cada día muere un poco.
A veces él consigue unos plátanos y los pone a hervir junto con el pescado.
Atrás quedaron los tiempos de ir al bar de la esquina y comprar un litro de
leche por sesenta centavos, o uno de yogur. Ya eso no se consigue ni aparecen
en ninguna parte las galletas dulces que tanto le gustan a ella. Cerraron el
mercadito paralelo que había en la 31, y puede que no haya sido lo mejor, pero
por lo menos aliviaba las penas.
No bebe ron ni guarfarina, no fuma, su tiempo lo dedica a la presa y a la
mesa de juego. En su mente está la gran partida que lo va a sacar de la miseria
a él, a su madre, y ahora a Cacha.
El juego es ilegal, le caben de tres a ocho años. Él lo sabe. Vender
pescado es prohibido también, si lo cogen lo multan. No obstante, cuando no
está en la presa o en la calle vendiendo se mete en casa de Cuca donde se reúne
la nata de los jugadores.
A veces también la plantan en una casa de tabaco abandonada, otras debajo
de alguna mata en medio del monte. El asunto es estarse moviendo de un lugar a
otro para despistar a la policía y a los chivatos.
Hoy no parece ser el mejor día. Con doscientos pesos se entró a jugar,
consiguió ese dinero después de tres días de pesca. Y lo ha ido dejando en la
mesa. En una última jugada y más pela’o que un coco la suerte comienza a
gratificarlo.
Hay tres cartas viradas boca arriba y Ropavieja tiene igual cantidad en sus
manos. Después de los tres descartes y antes de que se pidan nuevas barajas es
su turno para hacer la apuesta.
Tiene sed. Suda. Antes de apostar saca dos pesos guardados debajo de la
planta del pie y le pide a Lola, la mujer de Evaristo que le alcance un refresco
de botella. Ninguno de los hombres bebe ron allí. Se cuidan de problemas para
evitar que llegue la policía por una pelea. El refresco está frío y calma un
poco su sed. Pero es solo unos segundos. Un sabor a azúcar prieta o morena,
como también le dicen algunos, se le ha quedado en la garganta.
–¿No tienes un poco de agua? –le pregunta a la mujer y agrega–. Ese
refresco estaba demasiado dulce. Cada vez te los hacen peor.
Su padre era un guajiro de las lomas de Cándito que apostaba cada semana en
las vallas de gallos. Su madre a veces jugaba una calderilla en la Lotería
Nacional. Tal vez, de ahí o de la pobreza le viene a Miguel Ropavieja el afán
por el juego.
Los agentes de la policía llegaron en silencio, ninguno de los jugadores se
dio cuenta. El trayecto hasta la unidad es difícil, en medio del polvo que
entra por las ventanillas de la patrulla. A Miguel Ropavieja se le ha secado el
gaznate, está consciente de lo que viene. La sed es insoportable. Siente que
tiene fiebre. Cada vez que está asustado le da fiebre.
La propuesta que al principio no acepta, lo sorprende. Le piden que trabaje
como informante. Saben todo sobre él y entienden que es un buen prospecto.
La conversación fue larga, solo entre él y un instructor nuevo llegado de
Pinar del Rio. Por lo visto el hombre tiene un gran conocimiento de la zona.
Necesitan de alguien como él que infunda confianza, que se conozca cada rincón
y además que ya tenga cierta fama de merolico y de marginal. Y eso se la ha ido
dando la venta ilegal de pescado y el juego. No estará solo, tendrá apoyo todo
el tiempo.
Si él acepta su primer trabajo será ayudar a limpiar el municipio de
banqueros, pero le tienen reservada una misión más importante: entrará a
trabajar al matadero de res porque hay que detectar por dónde es que está
saliendo la carne. Recibirá entrenamiento y toda la preparación que necesita.
–No podía decirte en lo que andaba ni siquiera el día del entierro de mamá
que solo pudiste pasar por la funeraria un segundo como una más. Ese fue el
peor de mis días. Cogieron y metieron preso a medio mundo de la gente que
jugaba silo, y también a Teté la banquera y a Filipito. Y yo en la funeraria
velando a la vieja, y la gente que había sido mi gente presa por mi culpa.
Pero, ya estaba monta’o en el burro y tenía que seguir dándole palos.
Quise morirme cuando entró Remberto, el esposo de Teté, y me dejó cien
pesos para lo que me hiciera falta. Yo no quería aceptar ese dinero ni los
veinte pesos que me trajo Adolfo, el hermano de Filipito. Pero tuve que
morderme la lengua y cogerlos.
Cuando Reutelio comenzó a preparar el hurto en complicidad con el
administrador, el matarife que estaría esa madrugada era él. En lo que el
administrador y su hombre de confianza tiraban los maletines, Miguel Ropavieja
llamó a la policía. Ese era el plan, había que coger a la gente infraganti. Él
no sabía que Reutelio María era el que estaba detrás de la cerca.
–Lo otro tú lo sabes, Cacha –le dice Miguel a la mujer mientras que el
miedo a morir allí en medio de la nada lo hace sentirse con fiebre.
Ella lo ha escuchado sin decir palabra, apretando las manos. Deseando que
su mala suerte se aleje. Deseando ver alguna señal de tierra firme a lo lejos y
no un horizonte que se confunde cada vez más con las aguas calientes que les
rodean.
–Cállate, por Dios. No quiero saber. Ahora no quiero saber, cállate –le
dice y la voz le sale agria, seca por la sed y el hambre.
Todos han prestado atención. El mar ruge y las palabras del hombre rebotan
entre ola y ola. Remigio y Andresito lo miran con odio, con un rencor salido de
los días de lucha y de hambre en los que conseguir un plátano para poner a la
mesa era ser afortunado. Se incorporan y a una voz se lo arrebatan a Chacha y
lo tiran al mar.
Atrapado entre las olas queda Miguel Ropavieja, el pescador, el hombre de
la presa que no le teme a nada ni a nadie, salvo a la cárcel.
Intenta respirar, intenta bracear hasta la embarcación, pero en la cubierta
Remigio y Andresito no van a permitirle que suba. Han tomado el control y es en
serio. El agua salada se le mete en cada poro. Le arde sobre la herida abierta.
Las mujeres están sobrecogidas de terror. Una corriente se encarga de él y lo
aleja. Irremediablemente lo aleja.
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