Ir al contenido principal

Entrada destacada

"Llorar no cuesta" y "La trampa", dos novelas cubanas

Sinopsis: " Llorar no cuesta " es una novela cubana que narra con crudeza la historia de un hombre y de dos mujeres que obligados por las circunstancias se despojan de la piel para asirse a lo imposible. Sexo, sincretismo, prostitución, violencia, desesperanza en la Cuba de los primeros años de la década del 90 tras la caída del Socialismo en Europa y durante la antesala de la Crisis de los balseros de 1994, cuando miles de cubanos se lanzaron al mar para escapar de la asfixiante situación en la que estaban atrapados. La historia transcurre en Cuba, en el pueblo de Candelaria, aunque pudo desarrollarse en cualquier otro municipio cubano. Es un texto desgarrador que recrea una triste y compleja realidad histórica. La corrupción, la ilegalidad en la que vive el cubano, la doble moral, el sufrimiento y la marginalidad constituyen el hilo conductor de esta obra que al decir de la autora es “una novela agria escrita en tonos grises”. Sobre "Llorar

"La bolita" del libro "Hashtag Cuentos"






Juana María estaba sentada en el portalito de su casa, mirando cómo caían las hojas. Su desgano aparente era una mampara para el resto del mundo porque en realidad estaba pensando en cómo sacarse el Premio Gordo de la lotería cubana: La Bolita.

Un sueño promisorio, una cábala mañanera la tenía pegada al piso caliente, sin moverse. En la cocina los calderos vacíos.  La verdad es que llevaba tres noches sin comer porque no había nada que poner a la candela. Su marido, Gilbertico, había subido a las lomas de San Cristóbal a ver si encontraba una jutía que cazar, pero regresó con las manos vacías y un hambre atroz que se evidenciaba en la lividez de su rostro.

El esfuerzo había sido grande y por gusto. Y eso que allá en el pico de la loma vivía su amigo, Everardo, pero nada de nada: ni jutía ni nada de nada para llevar a la mesa. Por ahí fue que comenzó lo de ganarse el Premio Gordo. Del viaje le habían quedado dos pesos y por más que ella se los pidió la respuesta no cambio:

—Que no, que esos dos pesos los quiero por si entra algo a la bodega y tú sabes bien que no cobramos la jubilación hasta el veintitrés y de aquí a allá se mata un burro a pellizcos.
—Está bien, después no te quejes, después no te quejes, —le dijo ella y se fue a sentar al portalito.

La cabeza se le quería romper en mil pedazos, el corazón le latía de forma acelerada y el estómago le gritaba que ya no aguantaba más el hambre.

Resuelta y con aquello de que «en mi casa quien manda es la mujer», se acercó sigilosa a Gilbertico que de tanto cansancio se había vuelto a quedar dormido. Le registró los bolsillos del pantalón, lo zarandeó de un lado al otro hasta que finalmente halló los dos pesos hechos un rollito.  A toda carrera se fue a casa del bolitero, especie de banquero cubano. Faltaban cinco minutos para que la lista cerrara. Y en menos de lo que canta el gallo, ella sería la ganadora del Premio Gordo. Bueno del Gordo no, porque con dos pesitos no se gana mucho, salvo que adivines un buen parle.

Con los dos pesos en la mano y el número en la boca que tenía pensado jugar se paró delante de Pepe sudorosa, indecisa, con miedo. Y no lo podía creer. La mano iba y venía hacia delante y hacia atrás en un movimiento compulsivo, sin soltar los dos pesos. Y a la boca no le llegaban las palabras para decir el número que quería jugar.

Pepe casi que le arrebata el dinero de las manos y la mujer de Pepe hasta se esforzó por abrirle la boca con una cuchara sopera, llena de potaje de frijoles negros, pero Juana María no reaccionó al estímulo.

Cuando treinta minutos después llegó desde Miami la noticia de los números ganadores le dieron convulsiones y tuvieron que llevarla al policlínico cercano; si no se hubiera encasquillao ella se lo habría ganado, de ahí el casi síncope.

Horas después, ya recuperada, no pudo encontrar los dos pesos, los había perdido en medio del patatús que le dio, entonces pensó en el marido que no la iba a perdonar nunca.

Pero, la vida es como es y los dos pesos se los encontró quien menos ella podía suponer:
—Mañana se los pongo al treinta y ocho, que es dinero, porque a quien Dios se lo dio San Pedro se lo bendiga —dijo Gilbertico, ajeno  a los detalles de esta historia y pensando  que aun tenía, en el bolsillo, sus dos pesitos… Nada, que la vida ya le dará una gran sorpresa.




Image by jacqueline macou from Pixabay 


Comentarios

Entradas populares