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"Llorar no cuesta" y "La trampa", dos novelas cubanas

Sinopsis: " Llorar no cuesta " es una novela cubana que narra con crudeza la historia de un hombre y de dos mujeres que obligados por las circunstancias se despojan de la piel para asirse a lo imposible. Sexo, sincretismo, prostitución, violencia, desesperanza en la Cuba de los primeros años de la década del 90 tras la caída del Socialismo en Europa y durante la antesala de la Crisis de los balseros de 1994, cuando miles de cubanos se lanzaron al mar para escapar de la asfixiante situación en la que estaban atrapados. La historia transcurre en Cuba, en el pueblo de Candelaria, aunque pudo desarrollarse en cualquier otro municipio cubano. Es un texto desgarrador que recrea una triste y compleja realidad histórica. La corrupción, la ilegalidad en la que vive el cubano, la doble moral, el sufrimiento y la marginalidad constituyen el hilo conductor de esta obra que al decir de la autora es “una novela agria escrita en tonos grises”. Sobre "Llorar

Del libro: Hashtag Cuentos


El violadorHashtag Cuentos


Volví a verlo en la carnicería. Me miró por encima de las cabezas de los que estaban allí fajándose prácticamente por unos huesos recién llegados, mostrándose en todo su tamaño y omnipotencia. Sentí que mi espina dorsal se resistía a sostenerme y traté a toda costa de irme de allí, pero el tumulto me lo impidió.

Horas después llegué a casa, todavía estaba nerviosa y alterada. No obstante, traté de concentrarme en mis tareas de todos los días. Mi padre estaba sentado en el sillón. El pobre no podía ya ni levantarse y a mí me costaba mucho trabajo moverlo porque su esqueleto, a pesar de su delgadez, era pesado. A como pude le acomodé un poco los cojines, le pregunté si necesitaba algo y con la lengua enredada como siempre, me dijo que no.

Corrí, entonces a la cocina. Los huesos recién comprados tenían un olor desagradable y las orillas se veían medio verdosas, pero después de echarle un poco de agua y de lavarlos lo mejor que pude, me despojé de todo escrúpulo y luego de cortarlos, los puse a cocinar. ¡Había que comer algo!

El sopón estuvo listo… Sin bañar a papá porque el agua se había ido, comencé a alimentarlo con aquello que, aunque no tenía mucho, era sustancioso. Papá se quedó dormido y yo comencé a recoger los trastos para fregarlos al día siguiente, si acaso venía el agua. Me tiré en la cama, en medio de una oscuridad total. Papá hacía un ruido raro con su garganta, pero yo sabía que estaba bien y que no despertaría hasta el día siguiente.

Me quedé dormida en unos segundos. Me sentía muy cansada y aunque mi cuerpo sucio se resistía al descanso, el agotamiento pudo más… Cuando desperté tenía al violador sobre mí, cubriéndome la boca para que no gritara. Yo no iba a hacerlo, ¿quién me iba a creer?

Desde el sillón, los ronquidos de mi padre eran ahora más acompasados, finalmente disfrutaba del sueño. Distendí mi cuerpo cuanto pude para que el violador se sintiera en confianza, entonces muy despacio, con cuidado, busqué debajo de mi almohada la pequeña hacha con la que, en la tarde, había cortado los huesos y se la hundí con fuerza en la espalda, un poco más abajo de la cintura. Y pensé: Este jamás volverá a violentar una puerta.

Estuvimos alimentándonos de tasajo y sopones de huesos hasta que papá murió, seis meses después.


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