Por
Lázara Ávila Fernández
La puerta se abrió y un insoportable olor a heces de gato golpeó su nariz.
Hacia el costado derecho había un sofá, en la otra dirección una tele ruidosa
les da la bienvenida. El hombre no hizo comentario alguno y ella solo sintió un
sobresalto que le hizo llevarse las manos al estómago.
Afuera un viejo
fuma mariguana.
Acomodaron de a
poco el maltrecho equipaje. Habían viajado durante casi veinticuatro horas
consecutivas en aquel tren de segunda.
Después de un baño
y de dormir unas horas conocieron a René el otro inquilino, un hombre de unos veintiséis
años de edad que habla sin parar. Se siente frustrado y se ha auto
diagnosticado depresión:
–Mire, Lidia yo he
trabajado toda mi vida, desde que tengo uso de razón. Y cuando yo trabajaba yo
le daba dinero y dinero a mi papá. Ahora que yo estoy desplumao' él solo tiene
para mi hermano que es un vago para nada y para la mujer esa que ya viene. Sí,
él dice que ya viene. La está esperando... y yo sé que a ella sí le manda dinero, a ella y a la hija que
tiene con ella... No, esa no es mi hermana, ya con el hermano que tengo aquí es
suficiente.
La arenga se
extendía por horas hasta que cansada la mujer buscaba una excusa y se iba a su
cuarto.
Afuera el viejo
hacía hasta lo imposible por mecerse en una silla medio rota. Nadie sabía cómo
lo conseguía, pero ahí le daban las tantas de la noche buscando la manera hasta
que la silla se balanceaba. ¡Y se balanceaba!
Tres meses después
el olor a heces era más soportable porque la gata, ahora parida arrullaba a sus
críos en un pasillo exterior. René la alimentaba.
La mujer salía a
diario con la esperanza de que apareciera su oportunidad.
–¿Tiene transporte
señora? ¿No?, bueno, llámenos cuando haya conseguido un transporte real.
–¿Es bilingüe
señora? ¿No?, entonces, lo siento la posición es solo para personas
perfectamente bilingües.
Los estafadores
estaban a la orden:
–Puedes comenzar
ahora mismo, pero, no te puedo pagar. Yo sé que tú vales. Pero, míralo así
trabajando conmigo ganas en experiencia, aprendes, te empapas de todo. Yo
comencé de esa manera...
El 24 de agosto se
hubieran cumplido tres meses y medio de haber llegado a aquella casa. La noche
anterior había sido calurosa a pesar del aire acondicionado. Y la gata quiso
abrir la puerta de la habitación donde Lidia y el amante descansaban.
Afuera el viejo
escuchó los maullidos. Y llamó a René para avisarle de que la “misu” estaba
adentro. Luego recordó que éste no regresaría hasta el siguiente día. Entonces,
pensó que si la pareja no escuchaba a la gata era porque ambos estaban
profundamente dormidos; así que siguió en su habitual guerra con la silla y el
pitillo de marihuana.
A eso de las tres
de la madrugada el viejo decidió irse a descansar. Estaba oscuro. Ya no
escuchaba a la gata.
–Se calmó–, pensó y
farfulló algo ininteligible.
A la mañana
siguiente, cuando llegó la policía René era un manojo de nervios, apenas
balbuceaba alguna palabra. Fue él quien encontró la sustancia viscosa en el suelo.
Dentro era un caos.
Había arañazos por todas partes. De los cuerpos no había rastro. Solo una
mancha repugnante y maloliente.
Tres pares de ojos
pequeños y asustados buscaban a la madre, –desde el flanco izquierdo de la
puerta de entrada.
Las sirenas rugían.
Los agentes de policía se veían nerviosos. El viejo salió al pasillo medio
adormilado.
Poco después cuando
fue llamado para brindar su testimonio, la Jueza del Condado desestimó su
declaración alegando “síndrome de abducción”.
René fue hallado culpable.
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